Crónica: Camino a la Meca – El arte como refugio en medio de la tormenta

Hace dos semanas que en Madrid no para de llover. Los paraguas ya forman parte del paisaje como estatuas efímeras que se abren y se cierran al ritmo de las nubes. Los pronósticos anuncian alertas por la crecida del Manzanares, y yo, resignado al gris, estaba en casa hasta que sonó el teléfono.

—“¿Qué hacés ahí encerrado?” —dijo la voz cálida y chispeante de La Cordobesa, mi amiga de siempre, la que llega a Madrid como un torbellino de vida.

—“Cada vez que venís, llueve”, le dije entre risas. “¿No serás vos la Virgen de la Cueva?”.

Tras carcajadas compartidas, me propuso un paseo por el centro. Gran Vía, Plaza Mayor, Cibeles… el recorrido de siempre, bajo un cielo encapotado. Y fue justo frente al Teatro Bellas Artes donde un cartel nos detuvo: Camino a la Meca. Lola Herrera, Natalia Dicenta y Carlos Olalla. Nos miramos. Ni una palabra más. Entramos.

El telón se levanta y el alma escucha

El teatro estaba casi lleno, y pese al agua que empapaba los abrigos, el ambiente era cálido, expectante. Desde el primer instante, supimos que algo especial iba a ocurrir.

Camino a la Meca, versión de Claudio Tolcachir sobre el texto de Athol Fugard, nos lleva al universo de Helen, una mujer que ha decidido vivir a contracorriente en una Sudáfrica opresiva. En escena, Lola Herrera no interpreta: es Helen, con cada gesto, cada silencio, cada palabra pronunciada desde un lugar profundo.

Natalia Dicenta y Carlos Olalla la acompañan en una coreografía de emociones, donde el conflicto no es solo político o social, sino profundamente humano. ¿Qué significa ser libre? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a renunciar por agradar, por no incomodar? ¿Quién decide cuándo dejamos de soñar?

Una obra que ilumina desde adentro

La escenografía de Alessio Meloi, con sus juegos de sombras y formas, recrea ese espacio que es tanto una casa como un santuario personal. El vestuario de Pablo Menor y la iluminación de Juan Gómez-Cornejo acompañan sutilmente una dramaturgia donde lo importante no es lo que se ve, sino lo que se siente.

La Cordobesa, a mi lado, no movía ni un músculo. Solo al final, cuando el telón bajó, la vi secarse una lágrima.

—“Esta mujer…” —susurró, sin necesidad de decir más.

El valor de ser uno mismo

La obra no busca respuestas, sino invitar a las preguntas. Y esa es quizá su mayor virtud: permitirnos pensar desde la emoción. Nos habla de arte, sí, pero también de resistencia, de la necesidad de no ceder ante lo establecido. De la belleza como refugio.

Y en ese refugio nos metimos anoche, bajo una lluvia persistente que parecía querer poner a prueba nuestra voluntad de salir. Pero cuando el teatro es así de verdadero, de humano, de necesario, ni la tormenta puede detenerlo.

Lola Herrera vuelve a los escenarios no como leyenda, sino como una llama viva que ilumina el camino. Camino a la Meca no es solo una obra: es una declaración de principios sobre el arte, la vida y el coraje de ser quien uno quiere ser, cueste lo que cueste.

Y si me preguntan… sí, valió la pena mojarse.
Madrid, bajo la lluvia, sigue siendo la ciudad más luminosa cuando el telón se levanta. 🎭✨

3 thoughts on “Crónica: Camino a la Meca – El arte como refugio en medio de la tormenta

    1. Tomate esa pizquita de curiosidad para empujarte a ti misma al teatro y descubrir el porque del título… No creo que te arrepientas!

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