Crónica bajo la lluvia: Un paseo por el Thyssen con Pili

El puente de mayo llegó con promesas de lluvia y cielos grises. Madrid, vestida de humedad, se resguardaba bajo paraguas multicolores y pronósticos de alerta amarilla. Era 2 de mayo, festivo en la capital, y yo ya me había hecho a la idea de que pasaría el día en casa, con café y algo de lectura. Pero entonces sonó el teléfono.

¿Sabes cuántos museos aún no hemos visitado en Madrid? —era Pili, con esa voz suya que nunca plantea propuestas, las dicta.

No lo pensé mucho. Me dejé llevar. Con Pili, las visitas a museos no son solo paseos culturales, son clases magistrales de historia y arte. Su agenda de museos es tan rigurosa como su memoria para los detalles. Quedamos en un café céntrico, donde —como siempre— terminamos contando media vida antes de poner rumbo al destino del día: el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Confieso que llevaba años queriendo visitarlo. Y no podía haber mejor compañía para una primera vez que Pili.

Ya desde la entrada, la experiencia fue especial. Acreditaciones de prensa en mano, accedimos con una calidez inesperada para un día tan gris. Y apenas cruzamos el umbral del Palacio de Villahermosa, Pili empezó su relato. Como si los cuadros y las paredes la escucharan:

Todo comenzó en los años 20. El barón Heinrich Thyssen-Bornemisza, un apasionado del arte, empezó a adquirir piezas que muchos coleccionistas estadounidenses tuvieron que vender tras la Gran Depresión. Su hijo, Hans Heinrich, siguió ampliando la colección hasta convertirla en una de las más completas de Europa.

Recorríamos las salas como si nos adentrásemos en una novela visual. Del arte gótico al pop art, de Caravaggio a Hopper. Pili continuaba:

En 1985, Hans Heinrich se casó con Carmen Cervera. Ella fue clave para traer la colección a España. En 1988 se firmó un acuerdo con el Gobierno, y finalmente, en 1993, el Estado compró 775 obras por 350 millones de dólares. Un acuerdo histórico. El museo quedó anclado a Madrid para siempre.

Cada sala parecía abrir nuevas historias. Recuerdo cómo se detuvo frente a una pieza de Kirchner y dijo:

El expresionismo alemán no es fácil. Pero aquí puedes verlo con otros ojos. Esa es la magia del Thyssen: lo diverso, lo que no ves en otros museos.

Y tenía razón. El Thyssen completa un triángulo de arte único en el mundo, junto al Prado y el Reina Sofía. Su fuerza está en esa variedad, en ser casa de lo ecléctico y, a la vez, profundamente coherente.

Tras más de cuatro horas recorriendo pasillos, salas, detalles y estilos, nos dejamos caer en la cafetería del museo. Café en mano, y los pies agradecidos, continuamos la conversación como si el museo no hubiera terminado. Y quizás no lo hizo, porque una buena visita siempre deja puertas abiertas para volver.

Prometimos seguir con nuestra ruta de museos. Y yo, agradecido por ese giro inesperado que tuvo el día gracias a Pili, me fui a casa con la certeza de que, aunque llueva en Madrid, el arte siempre es un refugio.

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