Hay musicales que se quedan en el corazón. Y si uno tiene la suerte de verlos acompañado de una amiga como La Cordobesa, el recuerdo se vuelve aún más especial. “Los chicos del coro” fue, sin duda, uno de esos momentos que sellamos con emoción compartida. Por eso, cuando recibí el email anunciando que el elenco presentaría una escena especial por el Día Internacional del Teatro, supe que debía estar presente… aunque fuera en nombre de mi querida amiga, que esta vez no podía acompañarme.

A las 18:15 en punto, con puntualidad casi poética, las luces se atenuaron y el silencio se hizo en la sala reservada para prensa en el Teatro La Latina. Ahí estaban, nuevamente, los niños. Con sus voces limpias, llenas de nostalgia y esperanza, regalaron una escena inédita. Un homenaje lleno de ternura al teatro, a su magia, y a esa llama que enciende corazones desde el escenario.
No pude evitar imaginar a La Cordobesa sentada a mi lado, emocionándose con cada nota, apretando mis dedos cuando el coro entonó una escena inédita. Una canción que nos fuimos tarareando mientras salíamos del teatro, con los ojos brillando y el alma liviana.
“Los chicos del coro, el musical” ha reunido ya a más de 250.000 espectadores, y no es para menos. Su historia, ambientada en la Francia de 1949, toca fibras profundas. Nos habla de niños que han perdido casi todo, menos la música. Y de adultos, como Clément Mathieu (interpretado con honestidad por Manu Rodríguez), que a través del canto ofrecen una segunda oportunidad.
Chus Herranz, como Violette Morange, aporta calidez y humanidad. Rafa Castejón, en el rol de Rachin, construye con rigor al temido director del internado. Y todo el elenco, incluidos más de 20 niños y niñas de entre 7 y 17 años, logra esa rara alquimia que convierte una función en una experiencia inolvidable.
La adaptación teatral, bajo la dirección de Juan Luis Iborra y el texto de Pedro Víllora, mantiene intacta la esencia de la película de 2004, con una puesta en escena cuidada hasta el más mínimo detalle. Rodrigo Álvarez, en la dirección musical, orquesta una partitura que acaricia el alma.
Salir del teatro La Latina, sabiendo que esta es la última temporada del musical en Madrid, fue como despedirse de un amigo entrañable. Pero también fue un acto de gratitud. Por los niños. Por la música. Por el teatro.
Y por esos instantes que, como diría La Cordobesa, “te dejan cantando por dentro mucho después de que se baje el telón”.