En la Provincia de Mendoza es posible viajar en el tiempo. Y así lo hicimos al llegar a Lujan de Cuyo, a poco más de 25 minutos en auto desde la capital mendocina, al encontramos con la Bodega y Cava Weinert, apellido de su actual propietario, el brasileño Bernardo Weinert. Tras cruzar su portón negro emerge una estructura arquitectónica que data de 1890, abarca tanto la bodega como la casa patronal, ambas con ladrillo a la vista combinado con óculos, nichos, ventanas geminadas, portada con pilastras almohadilladas y abrazadas por un inmenso jardín.
Fuimos recibidos por Maxi, encargado de llevarnos a recorrer el presente de este pintoresco lugar. Al ingresar a la bodega nos encontramos con las piletas de epoxi, donde se realiza la fermentación, proceso por el cual el mosto de uva se transforma en vino. La particularidad de esta bodega es la pileta vacía a la que se puede acceder y apreciar, en toda su dimensión, el corazón mismo donde la alquimia tiene lugar. A continuación, nos dirigimos hacia los toneles donde los vinos reposan para luego ser embotellados, con la singularidad de que, en su totalidad, están construidos de roble europeo. Posee en su haber 235 toneles, algunos de 2.200lts de capacidad y otros, de 6.000lts, donde los más nuevos tienen 32 años, siendo los más antiguos de 42 años. La primera sorpresa que nos llevamos fue al divisar, entre el conjunto de cubículos, hacia el final del pasillo, aquello que doy en llamar: un “súper tonel”, de imponente presencia, fabricado en Europa en 1920 y que fuera transportado en barco, totalmente desarmado, unos cuantos años después, posee una capacidad de 44.000lts y ostenta el galardón de ser el más grande en el país.
Pero si ello nos resultó asombroso, fue porque aún, no sabíamos aquello que encontraríamos bajo tierra. Fuimos conducidos por una escalera y tras descender siete metros, tuve la sensación de retroceder en el tiempo, un viaje hacia el siglo XIX. Llegamos a la primera de las dos cavas que posee este fascinante lugar, recubierta de granito y con una temperatura bastante inferior a la que predominaba en la superficie, los toneles se alzaban en perfecta línea recta, unos sobre otros. La segunda cava, contigua a la primera y construida un par de años subsiguientes, sólo difería en que estaba fabricada de ladrillos, no obstante, mantenía intacta esa iniciática magia.
Maravillados, fuimos acompañados hasta la casa patronal, de estilo neoclásico español, a través de un túnel subterráneo, donde ascendimos unos cuatro metros desembocando, primero en la cava de la residencia, a tres metros de la superficie, para luego terminar de ascender por una breve escalera y llegar al salón donde llevaríamos adelante la degustación.
Seguidamente degustamos las líneas más emblemáticas de la bodega. Iniciamos con la denominada Carrascal, la más joven, con un mínimo de dos años de paso por tonel. En esta oportunidad probamos el Cabernet Sauvignon 2013, el cual, pese a sus cinco años, mantenía su frescura y la presencia de la fruta, pero al mismo tiempo derrochaba mucha personalidad. Dentro de la misma línea, pasamos al Corte Clásico Edición Especial 40 años que conmemora el aniversario de la salida al mercado de la marca. Su distingo es que contiene 11 añadas diferentes entre 2004/2017 y es un corte de Malbec (55%)– Cabernet Sauvignon (30%) – Merlot (15%). Al acercar la copa se apreciaba complejo y misterioso con la conjunción de esas tres cepas maravillosas, con una nariz que con el correr de los minutos no paraba de evolucionar. Luego avanzamos con la línea Weinert, un merlot 2007, con cuatro años de tonel. Pese a sus once años mantenía su frescura con notas de tomate, membrillo y frutilla, mientras que en boca se saboreaba dulce, con muy buena acidez y en perfecto equilibrio con sus sedosos taninos. Para terminar, nos trajeron la frutilla del postre, un Cabernet Franc 2013 de la línea Tonel Único, edición limitada (tan sólo 2.890 botellas) con cuatro años de paso en tonel. El olfato traía consigo un bouquet alucinante y complejo, tintes de eucalipto mentolado, pimiento verde y con el correr de los minutos asomaba una manzana caramelizada. En boca era gordito, con buena acidez y taninos redondos y aterciopelados.
Finalmente, y luego de semejante travesía visual y sensorial, retornamos al siglo XXI llevándonos algunas botellas para que, en un futuro cercano, al descorcharlas se despierte su genio interior y de la mano de sus sabores, nos vuelva a transportar.
Paulita Lima
Comunicadora del vino
Apasionada por vid y los frutos de su transformación, ávida por transmitir el mundo del vino. Escritora por vocación, realizó programa intensivo de Sommelier en la EAS (Escuela Argentina de Sommelier), y otros cursos en la EAV ( Escuela Argentina de Vinos).