Crónica de La del Manojo de Rosas, una noche de zarzuela en el histórico Teatro La Latina de Madrid. Historia, tradición, música en vivo y emociones que reviven el alma castiza de la ciudad.

Crónica:
Madrid es una caja de sorpresas. Inagotable. Y cuando se trata de cultura, abre sus tapas como un joyero lleno de tesoros por redescubrir.
Esta vez, la invitación nos llevó nada menos que al Teatro La Latina, ese mítico enclave madrileño que desde principios del siglo XX ha sido testigo de generaciones enteras riendo, aplaudiendo y emocionándose al compás del teatro popular. Inaugurado en 1919, y bautizado en honor a Beatriz Galindo “La Latina”, una de las figuras femeninas más cultas del siglo XV, este teatro ha sido cuna de grandes cómicos y zarzuelas. Su ubicación privilegiada, en la plaza homónima del barrio de La Latina, le da un encanto añadido: puro Madrid.

Para una noche tan especial, no podía faltar Sofía, amiga de aventuras teatrales y verdadera enciclopedia andante de la historia de la zarzuela. Mientras caminábamos hacia el teatro, me hizo un pequeño repaso: “La zarzuela nació en el siglo XVII en el Palacio de la Zarzuela —de ahí su nombre—, como un entretenimiento cortesano que mezclaba música y teatro hablado. Con el tiempo se fue popularizando, hasta convertirse en la banda sonora del pueblo madrileño”.
Treinta minutos antes del comienzo, las puertas del teatro se abrieron como quien destapa una botella de esencia pura castiza. La fila era larga, sí, pero tranquila. De esas que huelen a tradición. Mientras esperábamos, Sofía me señalaba rincones del barrio, hablándome del antiguo Teatro Chueca, del mercado, de las calles que aún guardan ecos de organillos y claveles.
Ya dentro del teatro —y con una ubicación privilegiada que siempre agradecemos al amable personal— me llamó la atención una cosa: la cantidad de músicos en vivo. Una orquesta completa, que desde el foso parecía tener el corazón sincronizado con el de Madrid.

La obra: La del Manojo de Rosas
Con libreto de Anselmo C. Carreño y Francisco Ramos de Castro, y música del inigualable Pablo Sorozábal, La del Manojo de Rosas se estrenó en 1934 en el Teatro Fuencarral y se convirtió, desde entonces, en uno de los pilares del género chico moderno.
Ambientada en una plaza de barrio madrileño —con su bar, su garaje y su floristería— la historia gira en torno a Ascensión, la dueña de la tienda de flores “La del Manojo de Rosas”, y un grupo de personajes entrañables que encarnan las pasiones, contradicciones y ternura del pueblo madrileño.
Pero lo que parecía un sainete más, pronto se reveló como una obra profunda, con diálogos frescos, música vibrante y una coreografía urbana que habla de clases sociales, ilusiones rotas, amores imposibles y esperanza a flor de piel.

Una ovación de pie… y el alma más ligera
Al terminar la función, el público no esperó a que se encendieran las luces para ponerse de pie. Aplausos largos, sinceros. Una sala casi llena que no solo reconocía la calidad artística, sino también el legado cultural que acabábamos de presenciar.
Ya en la calle, mientras las farolas iluminaban las fachadas del viejo barrio con una calidez casi mágica, Sofía me miró y preguntó:
—Y… ¿qué te pareció?
Mi respuesta fue inmediata, sin pensarlo dos veces:
—Necesito más zarzuela en mi vida.