Poncia: cuando el silencio también habla

Madrid ya se viste de Navidad.
Las luces cuelgan como promesas sobre las calles y la ciudad se llena de gente que va y viene, cargada de bolsas, de prisa y de pensamientos.
Para algunos, son días de encuentros.
Para otros, de balances.
Y para muchos —aunque no siempre lo digan—, de reflexión.

Son fechas que despiertan una nostalgia particular, una necesidad casi urgente de reencontrarse con compañeros de ruta, de templos culturales, de cafés compartidos y silencios entendidos.
Y para eso, claro, nuestra amiga la cordobesa es siempre la mejor excusa.

Las compras navideñas son su debilidad. Lo sabía.
Así que la llamé.

Oye, chiquillo… que estabas tardando en llamarme.

Nos encontramos en la Gran Vía, ese río humano que nunca se congela.
Y allí estaba ella, con las manos repletas de bolsas, como si Papá Noel hubiera externalizado el trabajo.

—Bueno… no te quedes ahí —me dijo—, ayúdame, que sola no puedo.

Caminamos unos metros entre risas y comentarios sobre regalos imposibles, hasta que algo nos detuvo en seco.
La cartelera del Teatro Bellas Artes.
Una sola palabra. Fuerte. Contundente.
PONCIA.

Cuando el teatro llama

La imagen era impactante. De esas que no se miran: se sienten.
La obra nos invitaba a entrar sin pedir permiso.

Dentro, solo quedaba esperar a que el telón se corriera…
y a que el silencio hablara.


Sinopsis

En medio de una tormenta de niebla, Poncia, la criada de Bernarda Alba, reza por la muerte de Adela.
La casa está sumida en un mar de silencio.
Poncia habla sola… y también con ellas: con Bernarda Alba y con sus hijas.

Todo ocurre después.
Después del suicidio de Adela.
Después del golpe.
Después del grito que nunca se escuchó.

El texto —construido a partir de las intervenciones originales del personaje en La casa de Bernarda Alba— convierte a Poncia en conciencia, en testigo y en juez.
Habla con fantasmas, con sombras, con culpas heredadas.
Reivindica a Adela:
“Ha muerto una hembra valiente”, dice.
Y se culpa por no haber hecho más.

Poncia nos habla de libertad, de clase, de sexo, de educación, de suicidio.
Lo hace desde una voz maltratada, callada durante años, que por fin se desata en un tiempo y un lugar prohibidos para las palabras.
El alma de Poncia se abre para recordarnos algo esencial:
la necesidad de amarnos en libertad.


El escenario y la actriz

Sobre el escenario, Lolita Flores sostiene la obra con una fuerza brutal y contenida.
No interpreta: habita a Poncia.
Cada palabra pesa. Cada silencio duele.
La iluminación, la música y el espacio escénico construyen una atmósfera densa, casi irrespirable, que nos obliga a mirar de frente aquello que normalmente evitamos.

Cuando cae el telón, el público tarda unos segundos en reaccionar.
Ese silencio previo al aplauso…
ese silencio que confirma que algo ha calado hondo.

Luego, el teatro estalla.
Aplausos de pie.

Y, cómo no, la cordobesa, rompiendo cualquier protocolo cultural, grita desde el alma:

¡BRAVOOOO!

Después del telón

Ya en la calle, entre luces navideñas y aire frío, me mira y sentencia:

Estas son las obras que me gustan.

Y tenía razón.

La cena estaba a pocos pasos.
La sobremesa se alargó sin pedir permiso.
La conversación giró alrededor de Lorca, del silencio impuesto, de la libertad, de la vida…
hasta que Madrid, cansada, nos avisó que ya rozábamos la medianoche.

Navidad, teatro, amistad y palabras que llegan tarde…
pero llegan.

Y eso, a veces, es suficiente.

One thought on “Poncia: cuando el silencio también habla

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *