Crónica teatral: “Los chicos del coro”, el musical

El reloj marcaba las seis de la tarde cuando mi paseo por las estrechas calles del Madrid de los Austrias comenzó a cobrar un matiz especial. Con el aroma de las castañas asadas flotando en el aire y un frío otoñal abrazándome suavemente, llegué al Teatro La Latina. Las luces cálidas del teatro parecían anunciar con entusiasmo el espectáculo que estaba por venir: “Los chicos del coro”, el musical. La nostalgia se mezclaba con la emoción al pensar que esta sería su última temporada en la ciudad.

La magia inició desde el momento en que crucé las puertas del teatro. El bullicio del público, en su mayoría familias y parejas, se sentía como un preludio perfecto para una historia que prometía tocar las fibras más profundas. Entre risas y murmullos, la sala se llenó rápidamente, y las luces comenzaron a apagarse.

Cuando el telón subió, la escenografía nos transportó inmediatamente a la Francia de 1949, con una estética cuidada hasta el último detalle. Las sombras del internado, su austeridad y su fría atmósfera eran palpables, pero pronto la música llenó el espacio, transformándolo todo. Manu Rodríguez, en el papel del profesor Clément Mathieu, demostró con cada palabra y gesto por qué es un actor tan querido en la escena teatral. Su interpretación de un hombre idealista, que lucha contra las adversidades con sensibilidad y creatividad, fue absolutamente conmovedora.

El coro de niños, el verdadero corazón del musical, es simplemente espectacular. Más de 20 voces angelicales llenaron el teatro con armonías que parecían rozar lo celestial. Temas como “Mira frente a ti” y “Avioncitos de papel” no solo hicieron vibrar las paredes del teatro, sino también los corazones de todos los presentes. Había algo en esas voces, en su inocencia y entrega, que te hacía olvidar el mundo exterior y sumergirte completamente en la historia.

Chus Herranz, como Violette Morange, aportó una carga emocional increíble, mientras que Rafa Castejón, como el rígido Rachin, logró encarnar a la perfección esa figura autoritaria que se redimensiona a lo largo de la obra. El resto del elenco, desde Eva Diago hasta Xisco González, formaron un equipo impecable que complementó con maestría la narración.

Mención especial merece el trabajo creativo de Juan Luis Iborra y Pedro Víllora, quienes lograron capturar la esencia de la película original y traducirla al lenguaje del teatro musical. La iluminación y el diseño escenográfico, con sus juegos de luces y sombras, contribuyeron enormemente a sumergirnos en cada escena. Pero fue la música, bajo la dirección de Rodrigo Álvarez, lo que se robó el alma del público.

Cuando el último acorde resonó y el telón cayó, el teatro entero se puso de pie en una ovación unánime que parecía no tener fin. Y mientras salía al frío de la noche madrileña, sentí que llevaba conmigo un pequeño regalo: la esperanza y la fuerza que transmiten esas voces jóvenes y valientes, recordándome que, incluso en tiempos oscuros, siempre hay luz y música por descubrir.

Si tienes la oportunidad de ver este musical antes de su despedida definitiva, no lo dudes. “Los chicos del coro” no es solo una obra; es una experiencia que te reconcilia con las emociones más puras y auténticas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *