Sonó el teléfono y, antes de que pudiera saludar, escuché: “Está el Cordobé, en el teatro Bellas Artes.” Y sí, era La Cordobesa, mi amiga incansable, esa que aterriza en Madrid como un torbellino de energía. Afuera, la ciudad seguía empapada en una lluvia persistente, pero si algo he aprendido de ella es que Madrid nunca se detiene… y mucho menos cuando el teatro nos llama.

Así que, con el paraguas chorreando agua y el ánimo a punto de encenderse, caminamos unos metros desde Cibeles hasta el Teatro Bellas Artes. A sala casi llena, nos acomodamos en nuestras butacas y, con la sonrisa de oreja a oreja de mi amiga como compañía, se apagaron las luces.
El telón se levantó y Fernando Tejero apareció en escena.
Dos historias, un mismo abismo
Camino al zoo nos sumerge en la obra de Edward Albee, combinando la icónica La historia del zoo (1958) con su precuela La vida en casa (escrita 45 años después). Lo que parece, en un inicio, una mirada cotidiana sobre la rutina de un matrimonio, se va transformando en una disección quirúrgica de la incomunicación, la frustración y la soledad compartida.
En el primer acto, conocemos a Peter (Dani Muriel) y Ann (Ana Labordeta), un matrimonio aparentemente estable, donde el paso del tiempo ha convertido las palabras en meros ruidos de fondo. Mientras Ann intenta abrir una conversación, Peter parece refugiarse en la comodidad del silencio. Es ahí donde Camino al zoo comienza a hablarnos en un idioma universal: el de las palabras no dichas, el de los gestos que sustituyen lo que queremos decir, el de la incomodidad de mirarnos en el espejo de nuestras propias vidas.

En el segundo acto, Peter se encuentra con Jerry (Fernando Tejero) en un banco de Central Park. Lo que comienza como una conversación sin importancia se convierte en una espiral de historias inquietantes que llevan a un desenlace perturbador. Tejero, con una presencia arrolladora, nos arrastra a un juego donde la risa se torna inquietud y la incomodidad se convierte en verdad.
Teatro del absurdo con una precisión quirúrgica
La dirección de Juan Carlos Rubio logra un equilibrio magistral entre el teatro del absurdo y la profundidad emocional. Nos reímos porque el texto nos lanza ironía, pero al mismo tiempo nos aprieta el estómago porque nos vemos reflejados en él.
El trío de actores brilla con una complicidad precisa:
- Ana Labordeta nos regala una Ann que lucha entre la resignación y la necesidad de ser escuchada.
- Dani Muriel nos muestra un Peter que se oculta en la estabilidad como si fuera un escudo contra la vida.
- Fernando Tejero se apodera de Jerry con una intensidad que va de lo hilarante a lo perturbador en cuestión de segundos.
Cuando el telón cae, la jaula sigue ahí
La obra termina y el público aplaude con fuerza. Pero en el aire queda esa sensación de haber visto algo que trasciende el escenario. ¿No somos todos, en cierta forma, animales atrapados en una jaula que nosotros mismos hemos construido?
Salimos del teatro y la lluvia seguía cayendo. La Cordobesa, con su inagotable entusiasmo, me miró y dijo:
— “Tremendo, ¿no?”
Y sí, Camino al zoo es mucho más que una obra: es un espejo en el que nos reflejamos… y del que no podemos apartar la mirada. 🎭✨
Somos gente de rutinas, viernes de teatro, llueva, nieve o salga el sol. Y si hay un paisano sobre el escenario .. mejor!