Cassandras, mapas y profecías (fallidas) en el corazón de Madrid

Crónica teatral de Cassandra o el elogio del fracaso, una comedia musical irreverente, mitológica y contemporánea en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Risas, filosofía y mucha música para una noche de verano madrileña.

Hay días en los que Madrid se disfraza de novela, y tú no puedes evitar ser uno de sus personajes. Era viernes, el calor apretaba y yo —como buen madrileño en temporada estival— decidí buscar refugio en esa trinchera gloriosa que es la Gran Vía. Y justo cuando creía que mi paseo iba a ser solitario, la ciudad me tenía preparada una escena digna de enredo clásico.

Salgo del metro y allí estaba ella: Sofía, periodista, crítica cultural, cronista ocasional y experta en perderse. Frente a mí, girando un mapa de Madrid como si fuera un oráculo al que ya no le quedaban respuestas. Me acerqué sigiloso, y le solté un:
—Disculpe, señorita… ¿la puedo ayudar?

Sin levantar la vista, me respondió con tono frustrado:
—Estoy buscando el Teatro Bellas Artes… pero no logro encontrarlo en mi cabeza ni en este maldito mapa.

Cuando por fin me miró, soltó una carcajada.
—¡Eres tú!
Y sí, yo era yo. Y la noche recién empezaba.


Sofía tenía entradas para ver “Cassandra o el elogio del fracaso”, y su entusiasmo era contagioso. Al llegar al Teatro Bellas Artes, el cartel nos recibió con un estallido de colores y promesas de música, mitología y carcajadas.

No lo dudé. Entramos juntos.


La obra es una comedia musical sin pretensiones… salvo la de hacerlo todo bien. La historia arranca en el inframundo, donde Cassandra, la mítica princesa troyana con talento para profetizar (y la maldición de no ser creída), recupera su don. Esta vez, quiere advertir al mundo de una gran catástrofe… aunque sepa que nadie la escuchará.

Pero no está sola: la acompañan Patti, una musa veterana con aires de rockera retirada, y Britney, una aprendiz de musa salida de un taller exprés de TikTok. Juntas emprenden un viaje delirante que las enfrentará con Caronte, el Can Cerbero, y lo más temible de todo: la indiferencia del sistema.


El reparto —Cristina Bernal, Luis Maesso, Amaranta Munana y Blanca Tamarit— brilla con energía, humor, y una química que contagia. Las voces se cruzan, se elevan, se responden. Y la música en vivo (saxo, piano, guitarra, violín, ¡y hasta loops electrónicos!) hace que el escenario se convierta en un campo de batalla emocional y cómico.

Porque esta Cassandra no solo habla del pasado clásico. Habla de las Cassandras contemporáneas: mujeres, científicos, activistas, tuiteros, adolescentes con pancartas. Voces que alertan y no son escuchadas.

Y entre carcajadas y canciones, la obra logra algo que pocas consiguen: invitar a pensar sin dejar de divertir.


Al salir, la noche nos regaló la postal perfecta: Gran Vía iluminada, Plaza Mayor bulliciosa, y un par de cañas bien frías que sellaron el pacto de haber dicho sí a un plan inesperado.

Madrid, otra vez, había hecho su magia.
Y Cassandra, esta vez, sí fue escuchada.
Aunque sea por nosotros.

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