Agosto en Madrid es sinónimo de verbenas, calles en fiesta y sabor castizo. Y si a eso le sumas una noche de zarzuela en el mítico Teatro La Latina, la experiencia es inolvidable.

Agosto es un mes de verbenas en Madrid. Un tiempo en que sus calles se visten de fiesta, las farolas se adornan con guirnaldas de colores y las plazas huelen a limonada, tortilla y claveles. El barrio de La Latina se convierte en el epicentro de esta celebración: música en vivo, bailes populares y vecinos que, con toda naturalidad, invitan a participar de ese Madrid más auténtico.
Las verbenas de agosto —San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma— son herencia viva del siglo XIX, cuando los barrios organizaban fiestas patronales que mezclaban misa, procesión y mucho baile popular. Hoy, aunque el tiempo ha pasado, siguen siendo el corazón alegre de un verano madrileño que no entiende de silencios.
En medio de ese bullicio, mi móvil comenzó a sonar:
—¡Hey! Chiquillo, ¿dónde andas? —era la inconfundible voz de la Cordobesa.
—¡Pero qué haces en Madrid!
—Es que me han dicho que es época de verbenas y zarzuela, y tú sabes que donde hay fiesta… ahí estoy.
Miré alrededor intentando descubrir su ubicación exacta. No hizo falta.
—Vente para La Latina, que hay zarzuela… y yo no me voy de Madrid sin disfrutar de una.
Teatro La Latina y la zarzuela
El Teatro La Latina, inaugurado en 1919, ocupa un lugar especial en el corazón cultural de Madrid. Levantado sobre el solar de un antiguo hospital, su nombre rinde homenaje a Beatriz Galindo, “La Latina”, mujer culta del siglo XV y figura clave en la corte de los Reyes Católicos. A lo largo del siglo XX se convirtió en uno de los templos del teatro popular y la comedia española, y aunque su programación actual es variada, su ubicación en pleno barrio castizo lo vincula inevitablemente al espíritu de la zarzuela.
La zarzuela, por su parte, nació en el siglo XVII en el Palacio de la Zarzuela, como un espectáculo cortesano que combinaba música, teatro y canto. Con el tiempo bajó de los salones reales a las plazas y teatros de Madrid, convirtiéndose en un género que retrata, con ironía y ternura, la vida y el carácter del pueblo.
Allí estaba la Cordobesa, en la puerta del teatro, con dos entradas en mano, ubicadas tan cerca del escenario que ni el más mínimo gesto de los cantantes podría escaparnos.
Un bar, una charla que parecía no tener fin… y de pronto, la hora nos alcanzó.
El teatro casi lleno. Los músicos afinando, el director en su sitio. Las luces bajan… el telón se abre.
Doña Francisquita
Del 6 al 17 de agosto, Doña Francisquita se presenta como joya indiscutible del género grande. Esta “comedia lírica” en tres actos, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, y música de Amadeo Vives, se estrenó en 1923 en el Teatro Apolo de Madrid. Basada en La discreta enamorada de Lope de Vega, retrata el Madrid romántico de mediados del siglo XIX, en plena época de carnaval.
La trama nos presenta a Francisquita, enamorada de Fernando, quien a su vez suspira por Aurora la Beltrana, una cómica que no le corresponde. Entre enredos, equívocos y un retrato lleno de frescura y colorido, la obra captura la esencia de un Madrid que, aunque romántico, sigue siendo tan humano y contradictorio como hoy.

Cuando el telón cayó, el aplauso fue largo y sincero. La Cordobesa tardó en moverse de su butaca, como si aún quisiera permanecer dentro de ese Madrid de claveles y coplas un ratito más.
—¿Tendrá ganas de más? —me pregunté mientras salíamos al fresco de la noche madrileña.
